jueves, 18 de febrero de 2010

Te Guardaré

Recuerdo despertar de un profundo sueño. Estaba fuera de la alcoba, sentado en uno de los más incómodos sofás de la vida. De reojo vi tu rostro acostado. Sobre la cama estaba tu cuerpo rendido, no respirabas, no me veías. Estabas muerta. Un torrente de emociones se apoderó de mí. Nublado como el día gris, corrí desesperadamente por ayuda. Abrí la puerta, salí de la casa. La casa estaba desorganizada, descuidada; falta de encanto de una mujer. Sin tiempo para pensar en eso, doble a la izquierda, buscando algo, una señal, quizás un hospital?

Solo pensaba en tus labios. De repente, recordé que si te besaba, esta inesperada pesadilla terminaría; abriría los ojos y con mi corazón en la mano, todo volvería a ser como antes. Tomé el camino de vuelta a casa. Enamorado y emocionado, llegué nuevamente a tu rostro. Tal como lo había imaginado en mi mente, plasmé mi amor en tus labios, cerré mis ojos ilusionados esperando una respuesta. Una lágrima fría, amarga se desprendió de mis ojos al ver que de nada valió el esfuerzo, era muy tarde. No te pude revivir amor. Suspiré desde muy adentro y entendí que no podía correr, debía terminar con esto.

Debo confesar que es lo más duro que he hecho en la vida. Fui tuyo, eras mía y ahora debo vivir con esta transición. Hoy estas muerta, no vives. Pero he aprendido que no debo forzar las cosas, que no debo maltratar, dejar ir y aceptar. Casi temblando, fuera de la casa, excavé en un espacio vacío del patio. Con dolor, te tomé en mis brazos por ultima vez, fría y pálida, sin sangre. Besé tu frente sin esperanza y lleve tu rostro hasta su entierro. Has quedado ahí amor, has quedado ahí.

Con una serenidad fabricada por una fuerza ficticia, lentamente fui cerrando con tierra tu espacio. Contigo se fue la única pregunta que me quedó por hacer: Qué te llevó matar este amor? En vano intente recordar, dormía y cuando volví a despertar, estabas muerta a mi lado y contigo se fue este amor eterno, puro y sincero, de los viejos tiempos.

Con el deber cumplido, tranquilo de que ya descansas, comprendí que ya no me interesa saber la respuesta a esa pregunta. Elevaré una petición al cielo, implorando que una fuerza más grande que la de este amor, intervenga por la paz de tu alma y la de mi corazón. De tu boca ya no saldrán más palabras, de tus manos ya no saldrán más caricias, ya se terminó.

Recuerdo haber despertado de un profundo sueño. A lo lejos muchas personas de negro lloraban algo que se les había perdido. Sin fuerzas, exhausto, hice un último esfuerzo, me asomé hasta el centro y en una lápida se leía un nombre. En ese momento, finalmente entendí que tú no habías muerto sola, porque también había muerto el alma mía

David Mella

15 febrero, 2010