Todo en la Tierra tiene su nombre y quizás mi error más grande fue querer ponerle uno a lo que teníamos. Con la fuerza de un nombre atamos nuestro amor a la tierra, lo expusimos a la mirada de Dios, lo echamos a los cambiantes vientos del destino, lo pesamos en la balanza de las leyes humanas.
Sin nombre éramos esquivos, etéreos; éramos gas y el ruido de la vida nos traspasaba. Como fantasmas íbamos por el mundo y de nosotros solo percibían ectoplasma.
Algo que era nuestro, tan nuestro. Un amor que solo nos pertenecía a nosotros y ahora, aparentemente, es del mundo, es objetivo, es terrenal.
Te olvidaste de lo que nos hacía únicos, lo que nos hacía diferentes, especiales. Éramos tu y yo contra el universo mismo, contra Dios y sus designios, contra la gente y lo que opinaran.
No sé en que momento se perdio ese folio, en que momento dejaste de sentirlo. Yo por mi parte no me olvido, por mi parte, aún lo siento.
Estoy enamorado de ti como la primera vez. Con la misma ilusión, las mismas ganas, el mismo empeño y con el peso del tiempo, de las experiencias vividas, del amor compartido.
Solo quiero que recuerdes la esencia de lo nuestro. Dejemos este plano y volvamos a lo arcano, a lo onírico.
Olvídate del mundo y ven conmigo...
Mario Doñé
28 de enero del 2012
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