Había sabido por un tiempo la respuesta de esta negociación. Era un acuerdo con cupido, un café y un amor. Pactamos vernos un viernes; la dama fiel de porte elegante nunca jamás llegó. Escribí una carta al portador declamando a sinceridad la verdad de un corazón cerrado al amor pero abierto a un par de esperanzas color verde. Pasaron las horas, era un norte sin sábado. Estaba a punto de perder el horizonte, cuando de repente se escucha la campana de la puerta, era cupido vestido de mujer. Bella como siempre, pero con el alma guardada bajo candado y la fe enterrada en un norte perdido. Era sábado. Recuerdo como hoy que era el último café que bebía con cupido.
Mi cupido no cargaba flechas ni un corazón gigante, tenía un anillo en forma de estrella; irradiaba su luz al mundo. Pero hoy, en mi espacio, cupido era gris, tenue, opaca. Le faltaba la sutileza y el encanto de mujer. Vamos cupido, que te pasa? Sabes que deliro por tu sinceridad. Tarde; ya la suerte estaba echada, los dados lanzados, cupido había venido con un frente de negociación firme y desviada. Irónica. “Tengo que dejarte, ya no puedo estar a tu lado”. Con una mirada a los ojos, le dije lo que sus oídos no querían escuchar: “le has vendido el alma al diablo cupido; que has hecho?” Dos lágrimas caían en su mejillas, muda. “Es eso, o Dios ha obrado en ti para que sanes un alma pérdida?” Mi dama seguía en un silencio incómodo, inmaduro.
“Tu trabajo es llenarte de luz, la que te sobre esparcirla por el mundo”. Vamos cupido, ya hemos hablado de esto, de tu esencia. Era como si nada fuese fortuito, esto tenía que estar escrito. Nunca pretendí negociar con mi amada, porque sabía que era libre y estaba enamorado de su libertad. Pero a mi mujer la habían asesinado y suicidado a la vez. Y pensar que esta es la misma mujer que había amado, por la que había luchado, por la que había crecido. Esta diva era una reencarnación del amor.
En su llanto de encierro atinó a decirme que estaba abrumada, en otro idioma me dijo que estaba muy encima de ella. Susurré despacio: “Dime mi niña, cual es mi lugar?” Mi compañera nunca me definió un lugar exacto. Jamás supe en qué momento mirarla, escucharla, hablarle, abrazarla, besarla, limitarme…siempre le mandé un ejército de un amor puro y sincero de una raza extinta. Un amor del negrito. Vamos cupido, respira, sé que estas sin aire. Muda y sin palabras, esta decisión hacía rato que estaba tomada.
Nunca perseguí intercambios, aciertos, ni placeres contigo mujer, pero te miento si digo que este no es el final que había apostado a ti. Vamos cupido, ambos sabemos que puedes dar más. Este es un final barato, en el que la influencia y el qué dirán te corroen la felicidad a trozos, como el pedazo de fe que me estas cobrando con tu partida. Empieza a devolverme detalles, el toque, la marca indeleble que separaba este amor de lo ordinario, de la corriente. “Recuerdas por qué te regalé ese anillo?” Le pregunté sonriente, y la miré esperando la respuesta acertada. Ambos habíamos acordado que eso sería un símbolo de fe, casi un salto, en el cual al mirarlo y llevarlo consigo, mi cupido sería capaz de recordar su esencia, su propósito en esta vida, sus ganas de vivir, su luz.
En ese momento mi lucero volvió en sí por un segundo y me dio la primera noción de sinceridad de la tarde, me dijo lentamente: “De verdad me tengo que ir”. Era hora de decir adiós a mi princesa. Vamos cupido, recuerda que esta es tu decisión, esto es lo que has querido. Sólo recuerda que en la vida para obtener algo muy bueno hay que pagar un precio muy alto. No viceversa. Tomó mi mano, sacó el anillo, prometió vivir feliz y dejó el anillo colocado en mí, con un viento intacto sopló un beso, sopló otro y se apagó. Su pacto había concluido. Se paró de la mesa con todo su porte, elegancia y emprendió su camino hacia otro corazón. Serás superhéroe de otra alma.
Serás de otro dulzura, pero siempre recuerda, que luego que te fuiste, yo me tomé la molestia de saldar esta cuenta… de pactar con Dios el destino de tu felicidad. Después de aquel día, de vez en cuando, cuando tomo café, suspiro delirios de amor, sangro cucharadas de fe y me digo a mi mismo: “Vamos cupido, acércate, pasa un rato…y hablemos de tu fucking puntería”.
David Mella
03 de octubre, 2010